Ni la lactancia ni la fórmula te hacen mejor madre. ¡Basta de juzgarnos!


Por Victoria González Descloux.
5/8/20

La lactancia materna es la forma ancestral de alimentar a nuestros hijos. Sin duda, es la naturaleza en su más pura y bella expresión. Nunca me cansaré de alabar sus incontables beneficios, tanto para el bebé como para la madre.

En esta semana de promoción de la LME, es importante recordarle a todas las nuevas mamás que nuestros cuerpos están diseñados para lactar. En los últimos años, la lactancia ha dejado de ser un tabú para convertirse en un tema de salud pública, y ¡me encanta! Estoy a favor de amamantar en público sin ser objeto de críticas y comentarios neandertales del tipo «si enseñas las chichis, los hombres se van a formar para verte». Lo peor es que muchas veces las aberraciones llegan de parte de las mismas mujeres: «no quiero que mi esposo te vea». Sin embargo, ¿saben cuál es la peor ofensa que nos pueden hacer? Decirnos que si no amamantamos a nuestro bebé, somos malas madres.

Ya sabemos que la leche materna es lo más natural y beneficioso que podemos ofrecerle a nuestros retoños. Afortunadamente, cada vez hay más consultoras de lactancia y páginas de ayuda sobre cómo lograr el «latch» perfecto, pomadas con lanolina y cubrepezones, pero ¿qué creen? Con todo y todo, la lactancia -incluso para las afortunadas-, es extremadamente difícil.

Cuando nació mi hijo, se pegó muy bien a mi en el cuarto de expulsión. Ja, qué ilusa yo. En el hospital, las enfermeras le dieron fórmula «para que yo descansara», y cuando llegamos a la casa estaba profundamente dormido (ya saben, panza llena corazón contento) . Por supuesto, yo juraba que tenía dominada la maternidad. Se acercó la noche y empezó a llorar. Muy segura de mí, me desabroché la camisa y tambores de suspenso NADA. Con cada minuto sin alimento, ese ratoncito de 2.8 kgs se transformaba poco a poco en un demonio poseído. Después de un par de horas de tremenda frustración, su papá me sugirió de la forma más amorosa «¿y si le damos fórmula?». Yo, con los entuertos y las hormonas al mil, lo tomé como el peor insulto en la historia de nuestra relación. ¿Cómo se atrevía a decirme que no soy lo suficientemente valiosa para alimentar a mi propio hijo? Entre llantos -de todos-, le tuvimos que dar una mamila de «leche falsa». Al día siguiente, mi moral estaba en el suelo. Me sentía un fracaso: por no poder cumplir como madre y por darme cuenta que no sería tan fácil como lo pensé. Decidí no dejarme vencer y con las pocas fuerzas que tenía, me pasé días enteros con el saca leches pegado, alternado con la boquita inexperta de mi bebé y algo de fórmula. Fue mi salvación. Finalmente, al cabo de algunas semanas, lo logré. Fueron los días más emocionalmente difíciles que he tenido: en lugar de disfrutar a mi chiquitín, de olerlo, de acariciarlo, de memorizar casa centímetro de su cuerpecito, el único pensamiento que me acosaba era «eres una mala madre». Después de trabajo y esfuerzo, tuve una lactancia exitosa durante 9 meses y lo agradezco, pero si algo aprendí fue que nada es tan grave como para quitarte tiempo valioso con tu bebé.

Un parto equivale a correr tres maratones, es normal estar agotada física y emocionalmente. Por supuesto, debemos echarle todas las ganas del mundo para conseguir una LME. Con paciencia, ayuda y dedicación, casi cualquiera lo puede lograr. Sin embargo, vale mucho más la estabilidad emocional de la madre. A mí, el sentimiento de fracaso casi me rompe. Si a eso le sumamos el desequilibrio emocional y el «baby blues», existe un alto riesgo de depresión pos-parto. No se dejen vencer por el estigma social de ser malas madres por no poder o no querer amamantar.

Busquen, a toda costa, vincular con su bebé. Ya sea con LME o con un biberón lleno de fórmula, péguenselo al pecho hasta que sus latidos se confundan. No importa el alimento, véanlo a los ojos y sincronicen sus respiraciones. Ser buenas -excelentes- madres nada tiene que ver con la lacantancia.

Piensen en la LME como una dieta balanceada, como el plato del buen comer, con frutas y verduras, pero nunca como una medida de maternidad exitosa.